No sé por qué, pero siempre he tenido una suerte extraña con los taxistas. Algo en la forma en que manejan, en su mirada por el retrovisor, o en ese silencio cargado de posibilidades… Me pasa seguido.
La primera vez fue casi por accidente, aunque ahora lo recuerdo como si hubiera sido escrito en el destino.
Era un amigo de la colonia, alguien con quien hablaba a veces de mujeres, porno, de cosas sin filtro. Una tarde, entre charla y risas, le pregunté —medio en broma, medio en serio— si alguna vez estaría con otro hombre. Me miró, sonrió con esa mezcla de morbo y sorpresa, y me dijo:
—¿Contigo o en general?
Le sostuve la mirada. Deseo entre hombres
—Conmigo estaría bien —le respondí.
No dijo nada, solo encendió su taxi y me hizo una seña para que subiera. Manejamos un rato en silencio, las luces de la ciudad desdibujándose en las ventanas. Nos detuvimos en una calle solitaria, apenas iluminada por la única lámpara de alumbrado público que funcionaba.
—Sácatelo —me dijo sin rodeos.
Obedecí, sintiendo cómo el aire parecía hacerse escaso por el deseo. Él lo miró unos segundos, lo tocó, y el simple roce de sus dedos me encendió como pocas veces. Luego se abrió el pantalón y dejó salir su pene. Era grande, grueso, casi descomunal. Me acerqué curioso, excitado. Se lo toqué, lo sentí latir en mi mano, tibio, palpitante.
No lo dudé. Me incliné y comencé a mamársela. Primero despacio, explorando con mis labios en su glande, como si fuera una paleta, Uff, pero que paleta tan grande. Jugué con mi lengua un buen rato, saboreando el liquido transparente que salía de su pene. Lo recorrí con mi lengua de arriba a abajo llenándolo de mucha saliva.
Lo introduje de golpe en mi boca. Aún no entiendo como fue posible pero esos 25 centímetros de carne entraron hasta mi garganta mientras mi amigo taxista soltaba un gemido lleno de extasis.
Hubo un momento en que me detuvo con su mano en mi nuca. —Alguien viene —me dijo mientras me indicaba que no me moviera. Encendió el taxi con tranquilidad y comenzó a manejar. Sentir el taxi avanzar fue para mi como una señal para seguir mamándosela.
Nunca me había sentido así de caliente, llevar ese pene tan carnoso escurriendo en mi boca mientras recorríamos el bulevar me volvió casi loco de excitación y placer. Sentía que mi excitación iba a provocar que mi erección explotara.
Levante mi cabeza cuando sentí que el taxi se detuvo y apago el motor. Habíamos llegado a su casa.
Por ahora no contare lo que paso después esa noche, solo te puedo decir que desde entonces he vivido muchas historias así. Cada una diferente, cada una encendiéndome de nuevas maneras. No sé si soy yo… o si hay algo en los taxistas que me provoca perder el control. Supongo que así es el deseo entre hombres.