Desde que comencé a trabajar como masajista, había escuchado todo tipo de comentarios y propuestas. Si bien el letrero de afuera dice: Spa para parejas: masaje relajante y descontracturante, mi reputación con los masajes de Yoni se había extendido más allá de lo que jamás imaginé, y con ella llegaron insinuaciones, ofertas y miradas cargadas de intenciones. Muchas veces fueron hombres quienes, con una sonrisa juguetona, intentaron llevarme al límite de mis servicios. Nunca me interesó. Hasta él.
Recuerdo perfectamente el momento en que cruzó la puerta de mi sala. Era más joven que yo, con un andar seguro pero una expresión casi tímida que me desconcertó. Saludó con una voz tranquila y directa, y algo en su forma de mirarme, entre la vulnerabilidad y el desafío, me hizo sentir una curiosidad que rara vez experimentaba.
—Solo un masaje relajante —dijo mientras se quitaba la ropa y se colocaba en la cama de masajes boca abajo.
Asentí, tratando de parecer profesional mientras me preparaba. Pero cuando lo vi tumbarse en la camilla, con su espalda desnuda a la luz tenue de la habitación, un calor hasta ahora desconocido recorrió mi cuerpo y se situó estratégicamente en mi sexo.
Su desnudez no era problema, estaba acostumbrado a observar y tocar todo tipo de cuerpos femeninos y masculinos, pero este sujeto era portador de algo más.
Mis manos se deslizaron con facilidad sobre su piel, calentada por el aceite que siempre usaba. Sentía cómo su cuerpo respondía a cada movimiento, relajándose poco a poco, pero también entregándose de una manera que me era imposible ignorar. Su respiración, al principio serena, comenzó a llenarse de pausas, de pequeños matices que reconocí al instante.
Cuando llegó el momento de que se girara, lo hizo lentamente, mirándome directamente. Sus ojos, y su pene, parecían buscar algo más que un simple alivio muscular.
—Es la energía de tus manos —dijo mientras señaló con la cabeza hacia su miembro
Fue imposible para mí ignorar tremenda erección. Aquel pene era realmente hermoso. El recortado vello del pubis le daba un aire de pulcritud que contrastaba con las venas que se le marcaban y que lo hacían ver imponente, como un guerrero listo para la batalla.
Mi respiración se volvió más pesada. No sabía que hacer. Mi protocolo indicaba que no había nada que hacer, solo seguir haciendo mi trabajo. Aún así la tension sexual que se sentía en cada rincón de la sala y que mi propia erección me confirmaba, me llevo a dejar que mis manos hablaran por mí.
Bajé lentamente hacia su pecho, extendiendo el aceite por su cuerpo y sintiendo la tensión acumulada en sus músculos, me aventuré hacia su abdomen, explorando el límite entre el masaje profesional y algo mucho más personal.
—Cierra tus ojos —dije al fin, apenas en un susurro.
El ambiente se transformó. Todo el aire de la sala se cargó de una electricidad que no había sentido antes. Mis manos comenzaron a explorar con más libertad, deslizándose por su piel como si supieran exactamente lo que buscaba. Su cuerpo se arqueaba levemente ante cada movimiento, guiándome hacia donde la tensión era más fuerte, más urgente.
Poco a poco, me aventuré más allá de lo que jamás había hecho con un hombre. Su respiración se volvió un jadeo, y yo sentí mi propio pulso acelerarse mientras cada caricia buscaba liberar toda esa energía acumulada. Su piel se estremecía bajo mis dedos, su cuerpo completamente entregado a mis movimientos.
Dejé caer lentamente un chorro de aceite de jazmín sobre su grueso tronco peneano que parecía palpitar junto con la respiración de aquel chico.
Mi pene no es chico, sin embargo cómodamente podia sostener ese pedazo de carne a dos manos mientras con mi pulgar comencé a jugar con su frenillo y luego por el glande, que a este punto estaba muy hinchado de sangre. Mi otra mano se ocupo de masajear sus testículos llegando a rozar su ano.
Deseaba con ímpetu introducir ese hermoso pene en mi boca y saborearlo muy despacio. —Seguro me atraganto —pensé. Honestamente, de haber traído un condón conmigo hubiera ido tras ese límite.
Me limité a seguir masajeando con ambas manos su pene, muy despacio hasta que su respiración me fue indicando que el orgasmo estaba cerca. Y pude confirmarlo sintiendo cómo su erección se ponía aun mas dura entre mis manos.
La masturbación a un falo es algo que domino con bastante destreza, así que supe exactamente qué hacer y comencé a frotar con mas fuerza y velocidad hasta que con un gemido que fue creciendo hasta llegar a un grito, soltó un chorro increíble de semen que le bañó el abdomen y salpicó hasta su pecho.
Cuando terminó su clímax, fue como si el tiempo se detuviera por un instante. Sus suspiros llenaron la sala, y yo retiré mis manos con la misma suavidad con la que había comenzado, dándole espacio para recuperar el aliento.
Se quedó en silencio por unos segundos, mirándome mientras una sonrisa se formaba en sus labios.
—Es la energía de tus manos —dijo al fin.
Le ofrecí una toalla, sintiendo una mezcla de orgullo y desconcierto. Nunca pensé que cruzaría ese límite, pero con él… todo había parecido inevitable.
Me quedé sentado en la camilla después de que se marchó, reflexionando sobre lo que había pasado. Evidentemente ese encuentro no fue solo para él, sino también para mí. Una forma de entender que, a veces, las líneas que trazamos son solo el comienzo de un nuevo camino.
¿Un masaje?…