Cuando mis amigos me convencieron de entrar al mundo de las apps de citas, jamás imaginé que una chica unicornio cambiaría mi vida para siempre. Lo que comenzó como un encuentro casual terminó siendo una experiencia que redefinió mi manera de vivir el placer y explorar mi sexualidad. Esta es la historia de cómo me sumergí en un universo lleno de deseo, límites rotos y descubrimientos inesperados.
Soy Julián. Hace dos años me separé, y desde entonces no había sentido interés por salir con nadie. Bueno, hasta hace un par de meses, cuando la conocí a ella.
La verdad, no soy muy hábil con las chicas, y todo este tiempo me he dedicado a conocerme. Fue idea de mis amigos que me creara un perfil en Tinder. Incluso ellos escogieron las fotos y dejaron todo listo para empezar a deslizar en la pantalla.
Esta modernidad me sigue sorprendiendo. En mi adolescencia me habría vuelto loco si hubiera existido algo parecido: un catálogo de mujeres y hombres dispuestos a todo (bueno, a casi todo).
Mi deseo sexual nunca ha sido muy alto. Conocí un par de chicas y, sí, confieso que la pasamos muy bien, pero nada fuera de lo habitual.
Cuando la conocí a ella, todo fue diferente. Su sensualidad era inigualable, nada que ver con las chicas que había conocido hasta entonces. Aunque no soy muy guapo, me he dado el gusto de salir con mujeres hermosas que también me han elegido a mí. Aun así, algo en ella irradiaba pasión, erotismo, deseo, y una sensualidad única.
Le pregunté qué significaba chica unicornio en su descripción de la app.
—Ya llegaremos a eso —dijo, dibujando una sonrisa coqueta sin quitarme la mirada de encima.
La pasamos genial en la primera cita. Fue muy clara al decir que le apetecía acostarse conmigo esa misma noche. Entre pláticas y tragos, se definió como toda una zorra en la cama, algo que comprobé horas más tarde en mi departamento y, luego, cada noche durante un par de semanas.
Fue increíble lo que descubrí de mí mismo teniendo sexo desenfrenado con ella. Apenas cruzaba la puerta de mi departamento, se lanzaba a mi cuello, abrazándome con sus piernas, o se dirigía directamente a desabrochar mi pantalón mientras se ponía de rodillas para darme un delicioso sexo oral.
—Hoy iremos a una fiesta espectacular —dijo, tras chupar mi pene con un hambre de semen que sació unos instantes después. No me permitió preguntar. Dijo que sería una fiesta especial y que sería un gran regalo para mí.
La fiesta era en una gran casa en una zona muy prestigiosa de la ciudad. El chico que nos recibió en la puerta me pareció atractivo. Vestía solamente una bermuda sostenida con tirantes y un moño en el cuello. Caminamos por un pasillo extenso, iluminado con luces violetas. En las paredes colgaban grandes fotografías boudoir de los anfitriones: una pareja en sus elegantes 40s, muy bien parecida y sensual. Todo el ambiente irradiaba erotismo.
Personas iban y venían casualmente. Pronto reconocí las miradas coquetas que varias chicas y chicos nos dirigían. Había un aire de deseo, morbo y mucha sensualidad.
Al llegar a la sala principal, una pareja nos pidió los abrigos mientras un mozo nos ofrecía copas de tinto. Ella me dio un recorrido por el lugar, deteniéndose de vez en cuando a observar parejas que se acariciaban y besaban en distintos rincones.
El lugar me recordó los salones de baile de películas de cabaret: mesas y sillones distribuidos por todo el espacio, con una cama circular enorme en el centro, en lugar de un escenario.
La pareja anfitriona tomó la palabra, dándonos una cálida bienvenida. Al terminar, el anfitrión nos guió en una meditación, invitándonos a poner atención en nuestros cuerpos y sugiriendo algunos toques que su compañera demostraba en el suyo mientras se desnudaba lentamente.
Me parecía increíble estar ahí, observando a tantas personas tocándose y despojándose de su ropa. Yo ya estaba muy excitado, pero no me atrevía a desnudarme.
Ella se acercó y, detrás de mí, susurró al oído:
—Recuéstate y no te resistas. Solo disfruta.
Me jaló de los hombros hacia el respaldo del sillón. En ese momento, la anfitriona se inclinó frente a mí, desabrochó mi pantalón y lo retiró. Por reflejo, levanté la cadera, dejándola cumplir su objetivo.
—Ahora que te has quitado la ropa, los prejuicios y las vergüenzas, pasa al centro de la cama. Haz contacto visual con la persona más cercana a ti, no dejes de tocarte y extiende tus brazos hacia otro cuerpo, el que sea —escuché decir al anfitrión.
Aturdido por el deseo y con mi pene duro como acero, sentí que mi cuerpo me guiaba. Ella me encontró a medio camino, me tomó del pene y me llevó a la cama, tirando de él como si fuera una correa.
Perdí la noción del tiempo. Entregado al deseo, me dejé llevar por las caricias, besos y el contacto con múltiples cuerpos desnudos.
En un momento, me encontré con una chica, tendida boca arriba, masturbándose con un dildo. Alzó la mirada y, al ver mi erección tan cerca, acomodó su posición y lo introdujo profundamente en su garganta. Me incliné hacia su sexo, formando un delicioso 69. Saboreé por un buen rato su vulva, sintiendo como me apretaba con sus dientes cada vez que tenia un orgasmo.
De pronto mientras la saboreaba, sentí unas manos grandes y suaves que tomaron mis caderas. Apenas volteé para ver: una chica con cara como de angel, sus pechos ni muy grandes ni muy pequeños, tenían el tamaño perfecto y los pezones pequeños, muy erectos. Mantuvimos contacto visual por unos segundos mientras acariciaba su pene y se colocaba un condón. Sentí curiosidad por clavar mi mirada en su pene hinchado y lleno de venas, pero cuando menos me di cuenta, fue ella quien clavo ese gran pedazo de carne entre mis nalgas.
Me volví para seguir disfrutando aquella jugosa vulva que estaba debajo de mí, y dandole una mirada de complicidad dejé que la chica detrás me sodomizara.
Alguna vez, en uno de esos encuentros casuales que tuve, una chica me dio unos lengüetazos y llegó a introducir su dedo medio en mi ano. Pero sentir aquel pene tan grueso abriéndome y acomodándose en mi recto tan lentamente me hizo lanzar un gemido de placer que, hasta ahora, sigo pensando que se escuchó en toda la casa, a pesar de los gritos y gemidos de las demás personas.
No sé cuánto tiempo pasó. Estaba completamente extasiado, y lo último que me importaba en ese momento era la hora. La chica detrás de mí fue acelerando el ritmo poco a poco, introduciendo su pene cada vez más profundo. No solo era grueso, sino mucho más largo que el mío. Mientras tanto, la chica debajo de mí disfrutaba llevando mi pene hasta lo más profundo de su garganta.
A juzgar por la velocidad frenética y la fuerza con que la chica detrás me sostenía de las nalgas, sentí que estaba a punto de eyacular. Dios, estaba tan cachondo que me sentía fuera de control.
Supongo que, por tanto placer, comencé a acelerar mi lengua en el clítoris de la chica debajo de mí, quien empezó a sacudirse de éxtasis, lanzando un chorro de squirt mientras mordía con fuerza mi pene. En ese momento, una gran sacudida recorrió mi cuerpo como nunca antes, y lancé un chorro de semen que, con las sacudidas tanto mías como de ella, bañó su rostro. La chica, con una expresión de placer, se relamió lentamente.
Por otra parte, detrás de mí, sentí los espasmos del orgasmo de la chica que me penetraba. En el acto, la chica debajo comenzó a dar lengüetazos en los testículos de la chica detrás. Ese toque provocó que lanzara un gemido delicioso mientras vaciaba su esperma en mi recto. A pesar del condón bien puesto, pude sentir el calor de su orgasmo dentro de mí.
Estábamos rodeados de tanta gente disfrutando, pero en ese instante el mundo pareció detenerse. Fue como si solo existiéramos nosotros tres, unidos en un vaivén de placer.
Nos quedamos tendidos en la cama, exhaustos y satisfechos. Más tarde, desperté con un suave beso de la chica unicornio.
—Bienvenido al mundo kinky. Espero que lo hayas disfrutado tanto como yo. Siéntete libre de venir cuando quieras. Hasta nunca —dijo con una sonrisa enigmática antes de alejarse hacia la salida.
Aunque no la he vuelto a ver, entiendo que fue una iniciación en algo que aún sigo explorando.